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Preguntas más frecuentes
No, esa no es la solución. Las actitudes autoritarias suelen generar aún más rechazo de los alimentos, pues la persona se siente poco comprendida, violentada, no respetada. El objetivo terapéutico en ese sentido no es que coma por obligación o que aumente su peso a cualquier precio, sino que conecte con su necesidad humana de alimentarse. Las medidas más extremas, como un ingreso hospitalario o una sonda nasogástrica, se reservan exclusivamente para etapas muy críticas en las que está en riesgo la vida de la paciente.
No, no es “gula”. Es un síntoma, un problema emocional, no es un vicio ni un pecado. El objetivo, igual que en otros problemas alimentarios, no es que la persona deje de ingerir alimentos de manera compulsiva por control externo sino que sea capaz de regularse a sí misma. Por ello, la ocultación de alimentos, los candados en despensas y neveras… no funcionan. Sí puede ser útil evitar una excesiva estimulación en ese sentido y dosificarlo con objeto de ayudar a la persona en su objetivo de controlarse. Pero nunca prohibirlo, y menos aún en contra de su voluntad.
No, ni es voluntario ni es una cuestión de tener o no tener ganas. En cualquier cambio humano siempre hay una parte del mismo que quiere cambiar y otra parte que no,precisamente debido al miedo.
En realidad, si la persona con trastorno alimentario no sale del problema no es porque no quiera sino porque “no puede” emocionalmente, o cree que no puede. Además, a nivel científico la “fuerza de voluntad” no existe. Cuando popularmente hablamos de fuerza de voluntad realmente nos referimos a una combinación entre estrategias de control, motivación, expectativas de autoeficacia (creerme capaz de hacerlo), autoestima (creerme merecedor/a de ello) y autocrítica (que en función de ser constructiva o destructiva influirá de forma positiva o negativa en la motivación).
Todas esas variables fluctúan dependiendo del momento en el que se encuentre la persona, los apoyos que encuentre, lo que haya aprendido sobre sí misma… Sin embargo, si lo atribuimos a algo tan global, interno y estable como la “fuerza de voluntad” estaremos abocando a la persona a la desesperanza, la culpa y la rigidez: nada de ello contribuye a salir de un problema alimentario.
No. La persona que sufre un trastorno alimentario sufre también por el dolor que percibe en su familia.
El daño que puede hacer en la familia es un “efecto colateral”. Su intención no es hacer daño. El trastorno alimentario ha sido su puerta de emergencia ante un sufrimiento psíquico insostenible. La persona con este trastorno sufre y se siente culpable por el sufrimiento de sus familiares, aunque no lo diga o, incluso, a veces haga creer lo contrario. Esto no implica que haya que permitirle las agresiones o justificarlas, pero sí ayudará a no tomárselas de forma personal, entendiendo que son una consecuencia de la enfermedad y que pasarán.
No son la única causa, pero por supuesto contribuyen a que se desencadenen. Los trastornos alimentarios son un problema multideterminado, es decir, influyen muchos factores y los valores vigentes a nivel social pueden contribuir de forma importante, sobre todo en determinadas etapas como la adolescencia.
El excesivo énfasis en una imagen social impecable, los cánones de belleza centrados en la extrema delgadez y la idealización del cuerpo transmiten un ideal de perfección poco realista e insano a través de medios de comunicación, publicidad, redes sociales, grupos de iguales… que, por supuesto, pueden contribuir a este grave problema de salud.
En la mayoría de los casos, no. La recuperación es posible en la mayor parte de los casos.
En casos minoritarios la persona debe mantener apoyo y cuidados permanentemente, con el objetivo de que la enfermedad interfiera lo menos posible en su día a día y que pueda tener una vida lo más plena posible.
No. La percepción de la persona con trastorno alimentario sólo se distorsiona cuando se trata de su propia imagen, sensaciones corporales y alimentos. No sufre alucinaciones ni delirios aunque puede mostrarse más irritable como consecuencia del malestar físico y psicológico asociado al trastorno.
Lamentablemente, las tasas de mortalidad y de morbilidad (enfermedades asociadas) son igualmente elevadas en la bulimia nerviosa y otros trastornos alimentarios.
El nivel de sufrimiento psíquico es, igualmente, elevado en todos los casos. La ausencia de delgadez no significa que no existan otros síntomas peligrosos y que deterioran la calidad de vida de la persona. Verla comer o en peso normal no significa que no tenga un problema alimentario. A veces el no ser consciente de la gravedad de estos trastornos provoca una demora a la hora de pedir ayuda, y por tanto, cuando la paciente (o la familia) decide acudir a consulta los síntomas de la enfermedad están más instaurados y cronificados.
Todo esto será un obstáculo en el tratamiento, por ello, se recomienda consultar con un profesional lo antes posible.
Un ingreso hospitalario no es señal de un buen o mal tratamiento. En ocasiones muy críticas y con unas características muy determinadas que valorará todo el equipo de profesionales, el tratamiento podrá incluir medidas de ingreso hospitalario. Estos ingresos son sólo parte del proceso clínico y nunca debe entenderse que la persona “saldrá curada” del hospital.
No. Salir de un trastorno alimentario es muy complejo y, en mayor o menor medida, las recaídas forman parte del proceso de cambio. La recuperación implica un trabajo largo que va planteando y consiguiendo pequeños objetivos de forma gradual.