Prevalencia y pronóstico

Hoy en día se acepta que la anorexia nerviosa afecta a un 1 por ciento de la población adolescente. En el caso de la bulimia la proporción se duplica, afectando a más del 2 por ciento de la población adolescente. Los casos de formas parciales pueden afectar hasta al 5 por ciento de esta población.
 

 

El pronóstico depende de diversos factores siendo uno de los más importantes la detección precoz y la posibilidad de un tratamiento adecuado.
 

 

Habitualmente se recomendaba considerar una duración de tratamiento entre 2 a 4 años, advirtiéndose que no se debe hablar de curación antes de los 4 años de evolución y que el tratamiento debe continuar más allá de la mejoría meramente sintomática y de la recuperación de un peso adecuado (INSALUD, 2000). Estos criterios han tendido a flexibilizarse planteando un mínimo de 12 meses en la última Guía de Práctica Clínica (en adelante, GPC) publicada por el Ministerio de Sanidad y Consumo en el año 2009. En cualquier caso, esta consideración dependerá del caso y de los factores de protección y variables de vulnerabilidad detectadas.
 

 

A nivel general, pasados 5-10 años desde el diagnóstico inicial, entre un tercio y la mitad de los casos continúan presentado sintomatología (Fairburn y Bohn, 2005). Al igual que en la morbimortalidad, el dato varía según los años de seguimiento considerados en la investigación, de forma que cuantos más años de evolución, mayor porcentaje de pacientes con mal pronóstico.
 

 

La morbimortalidad asociada se estima entre el 6 y el 15 por ciento (Varela-Casal, Maldonado y Ferre, 2011). Otros estudios sitúan los índices en porcentajes más bajos (4 por ciento en anorexia nerviosa; 3,9 por ciento en bulimia nerviosa y 5,2 por ciento en trastorno alimentario no especificado (Crow et al, 2009), advirtiendo de las ratios elevadas de suicidio en todos los trastornos, incluyendo bulimia nerviosa y no especificados, que clásicamente han sido vistas de forma errónea a la luz de los datos (Winkler et al., 2014), como trastornos alimentarios “menos severos”.  El riesgo de mortalidad se reduce cuando las pacientes son tratadas por equipos interdisciplinares especializados (Winkler et al., 2015).